sábado, 5 de mayo de 2012

Opinión | Sobre las cápsulas de café

[Comentario personal]

A raíz de un artículo publicado en El País Semanal, hace poco más de un año, pensé en compartir la siguiente opinión sin pretender herir susceptibilidades y respetando el gusto de cada quién. 
Tras leer este párrafo anterior, podría pensarse "¿cuál es el asunto tan serio que se va a tratar aquí?", "¿de qué está hablando quien escribió esto?", "ay, mejor me voy al facebook...". Pues venga, el tema a tratar es sobre un elemento mucho más importante en la vida, más arcaico y que ha inspirado y seducido al mundo con su fragancia sutil y su poder silencioso.
El café.  
Sí es: Ese pequeño morenito partido a la mitad y que al pasarse por agua caliente, se cuela y nos envicia y nos acompaña en momentos de todo tipo. 
Personalmente, AMO EL CAFÉ. Y mi amor por él no es únicamente beberlo en alguna cafetería en particular, sino que me interesa conocer su cultivo, su cuidado, su cosecha, su variedad natural y la diversidad en que se prepara antes de presentarse en la taza del consumidor. 
Es por tal motivo, que capturó mi interés el artículo de la revista de El País del cual ya hice mención, escrito por Sergio C. Fanjul. El título es "Otra Forma de Hacer Café"; posteriormente se añade la siguiente introducción: "Cada minuto de 2010 se consumieron 12.300 tazas de Nespresso. Este es un viaje al origen de un fenómeno social que en 25 años se ha situado como la rama más rentable de Nestlé".
Curiosamente, hace casi un mes probé por vez primera esta -ya no tan- novedosa metodología. Un ristretto. La capsulita negra, introducida en una hermosa y brillante cafetera roja con un compartimento para agua y otro para leche, con lanceta para espuma incluida. Una maravilla de verdad esa máquina, cualquiera se siente atraído hasta por ese color tan vivo como un cafeto. Y tan sencilla de usar y limpiar, sin tener que pasar el trapo por la barra para retirar los granitos de café molido que se cayeron en su trayecto de la bolsa a la máquina en una cuchara temblorosa, por ejemplo. Uno, dos, y hasta tres click, y ¡listo! ¡Un café rápido y BONITO! Sin el exceso de espuma que a veces me desespera en el capuccino que me preparara el barista a dos cuadras del trabajo. Una no recorre dos cuadras por espumarse la cara y oler a leche.
Además sentí una ligereza en la conciencia cuando me repetí: No es como el café instantáneo. 
Pero... la bebida, a pesar de contar con las características de acidez, cuerpo, aroma, no me pareció que llegara a un "excelente café". Estaba bien, era esperable, y si probamos una segunda, tercera y cuarta taza (llegando a los parámetros del consumo diario de un finés), tendríamos la seguridad de que todas son iguales, el sabor no varía.
Precisamente ahí: no hay variedad entre un "dulsão do Brasil" y otro. No existe esa relación, ese pacto entre las manos de quien prepara y el granillo misterioso; tampoco hay ese cuidado en la medición del agua, y definitivamente no hay elemento sorpresa. No lo hay. En cambio, y quizás como consecuencia de nuestra globalización, hemos hecho un acuerdo: Sacrificamos las sorpresas por la rapidez, la economía de tiempo.

La gente ya no quiere canjear su tiempo por aquellos pequeños placeres. 


Preferimos a George Clooney con un cafecito instantáneo y de fondo musical sensualón, que a Juan Valdés y su familiaridad en el diseño. Claro, yo no me quejo si Clooney me invita un café, sinceramente, aunque él prefiera su Descafenatto (buscar el comercial)...

La cuestión de la novedad es una de las leyes básicas de todo negocio introductorio, y la perdurabilidad depende tanto en su marketing como en la calidad del producto. Sin embargo esta novedad posee como mantra la siguiente línea: "Lo que vendemos no es un café, es una experiencia" (conclusión del artículo de Fanjul).
Soy de la idea de que los cafés en cápsula proporcionan, efectivamente, rapidez, novedad, e inclusive una experiencia de vanguardia. No obstante, prefiero usar las cafeteras de antaño y divertirme con la cantidad de grano o el nivel del agua, buscar el balance perfecto para mi paladar, invertir unos minutos más en la elaboración de una bebida que acompaña mi tarde, sea sola o acompañada, conversando o leyendo algo por ahí. Me gusta caminar esas dos cuadras o tres o media sólo para ir a un punto del grandísimo mundo, pedir mi café como me gusta y esperar recibirlo mejor. Si me decepciono, bueno, ya lo intentaré de nuevo, pero al ritmo que me permite disfrutar las cosas, la virtud de lo inesperado, su riesgo.

Con licencia, 
buenas noches.

2 comentarios:

  1. Sin albur, pero te puedes ir aún más atrás, a lo tradicional y hacer café con una talega, o con esas teteras especiales con métodos mecánicos a base de vapor que funcionan muy bien y vaya que dan ese toque sabroso de la vida que es la sorpresa :B

    Me gustó mucho y seguiré tu blog esperando por leer más en esta costumbre tan perdida que es la del bloggear.

    Saludos!

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  2. Muchas gracias por el comentario.

    Es verdad, hay mucha historia detrás en esta bebida cotidiana y siempre deliciosa, y esencialmente este blog está pensado para ello, abordar otros métodos de preparación, o lugares donde la bebida armoniza el momento.

    Seguiré tu blog también, intentando no perder esta costumbre que quiero volver a adquirir.

    Saludos.

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