domingo, 31 de marzo de 2013

Opinión | Comentario personal de "Café"

Foto: Pinterest.
[Comentario personal]

No juzgar una película por su portada. Sinceramente, por el nombre y la leyenda que se puede leer en la portada aquí anexada, esperaba algo distinto... 

En búsqueda de un filme casual, de aquellos que se ven en las tardes en que resulta más atractivo descansar que vivir a la "carpe diem", di con el trailer de "Café". Dirigida por Marc Elbaum y lanzada en el 2011, esta película nos presenta a una Jennifer Love Hewitt como empleada de la cafetería y en una relación disfuncional, a un Daniel Eric Gold enamorado de su compañera de trabajo, a un Jamie Kennedy traficante, a una Madelline Carroll creadora de un mundo "avatar", y a una serie de personajes cuyas vidas independientes se entrecruzan ante las tazas de una cafetería cuyo nombre se ignora, y cuya funcionalidad es la común.
     La acción se desarrolla en una semana. Cada historia se va contando con el devenir de los días y la atención no se enfoca, únicamente, en uno o dos personajes. El escenario se limita dentro de las puertas del lugar, un espacio decorado con un diseño en el que se puede entender el aire de diversidad que reside en el día a día. Lámparas de distinto tipo, cuadros en blanco y negro de personas de diferentes estilos, una variedad notable en la panadería. La música se mantiene como un elemento de fondo, con excepción de la danza "imaginaria", y las conversaciones se mantienen en volúmenes bajos y privados. Por tanto, puede verse en este filme independiente, un especial cuidado en la noción de realidad.
     En cuanto a la historia... 
     El barista, Todd, es un chico tímido, atento, músico en su propia banda. Uno de sus primeros clientes es un policía cuyo primo -Tommy- está involucrado con un distribuidor de droga arrogante y controlador, sentado en la mesa del fondo. Desde el otro lado del café, un escritor retrata en su cuaderno a las personas frente a las bebidas, sin hablar con nadie. Una de estas personas, es Frank, un hombre con aire de "geek" que -de repente- se ve abordado en su computadora por una niña de diez años que se hace llamar Elly. Ésta, es una de las historias más fuertes en este filme. Elly le dice a Frank que él, al igual que el resto de la gente, es un avatar, creado y elegido por ella para una misión que no le explica hasta más adelante. Evidentemente, Frank se altera, pide un café nuevo, se quema la boca ante la premura y vuelve a su sitio. 
     Minutos después, entra Claire (Jennifer L. Hewitt) al turno vespertino. Una conversación breve entre los baristas revela el interés del chico, la relación de la chica con un novio difícil, y la amistad entre ambos. Cuando Todd sale, entra una pareja que acaba de conocerse en el cine. No se conocen sus nombres ni profesiones; se trata de un hombre casado que, casualmente, entró a una sala donde sólo había una mujer, y se van a tomar un café donde terminan encontrándose durante los seis días sucesivos... Y eso fue todo. 
     Un rato más tarde, entra Tommy asegurándose de que el distribuidor -Glenn- no se encuentra cerca. Al ver la falta de dinero, Claire le invita algunos panecillos en un gesto de caridad. En otra mesa, una trabajadora social (Miss J) busca un asistente. 
     Esta misma señora intenta interceder por Tommy al día siguiente, alentándolo a buscar un trabajo alejado de las drogas. Se encuentran en esta conversación cuando el distribuidor hace su aparición en el café, toma su lugar, y Tommy debe ir y explicarle que no posee un dinero que le debe. Para compensarle, acuerdan verse en la casa de Glenn, donde se le explicará a Todd qué debe hacer... Este acuerdo marca el clímax de la película, al ser Claire una de las afectadas y quien lleva a Frank a tomar una decisión para cambiar el desenlace...
     Evidentemente, no narraré más. Cabe decir que no me fascinó esta película en un principio. "Café" es uno de esos filmes a los que les he tomado el gusto reproduciéndolos en el ordenador mientras leo, reseño u ordeno mi ropa en el armario. Es una película con buena música, buenos efectos, buen casting en su mayoría... Las historias se van entrelazando hasta quedar unidas en el cierre de la metaficción... ¿A qué me refiero con esto? Bueno... ve la peli.

¡Al rato!

Foto: Extraída de "Café".

Coffee-break | Una visita al Costa Café...

Porto, Portugal.
29.03.2013.


Esta entrada pretende ser breve, principalmente porque no he dedicado mucho tiempo a experimentar la barra del Costa Café, ubicado en la Praça de Lisboa, del lado de Rua das Carmelitas. Sin embargo, no quería perder la oportunidad de compartir mi experiencia reciente.


     Debido a que era la una de la mañana, poco más, no me animé a pedir un latté, como suele ser mi elección al visitar un sitio nuevo que provea esa alternativa. Concretamente en Portugal, no me atrevo a desafiar a la cafeína; antepongo mi "estado corporal" al antojo de una tacita humeante, aunque el Costa no siga el concepto de un café tradicional del país.
     Entonces, pedí un chai latte y un macaroon de limón para acompañar... El chai en las cafeterías suele provenir de una mezcla preparada que debiera incluir los ingredientes básicos. Para quienes aún no lo han probado o simplemente ordenan algo nada más porque sí, el té chai es una bebida preparada a base de té negro o de té verde, con cardamomo, jengibre, clavo, canela, anís, pimienta negra. Lo encuentro relajante, dulce, delicioso con leche o agua, caliente, frío o frappeado... Una deliciosa alternativa para descansar del café, para variar la rutina, o bien, para quienes simplemente no beben café...
     Ahora, el chai latte incluye, necesariamente, leche, y en el Costa Café, así como en otros lugares, te ofrecen la posibilidad de adornarlo con canela sobre la leche espumada. Por experiencia, suelo rechazar la oferta pero en esta ocasión sonó atractiva la idea... Y creo que no debí. El sabor de la bebida era muy bueno, pero había un granulado que no sé si provenía de la canela que pudo haber caído sobre el té, o bien, la mezcla no se disolvió bien con la leche en la jarra al momento de someterla a la lanceta de la máquina de café... la cual, por cierto, ¡era hermosa! No tomé fotografía -en este momento me arrepiento-, pero a la vista, tenía tres tomas para los filtros, una pequeña base para cada una de ellas sobre la base larga tradicional... Y limpia. La máquina estaba siendo cuidada, las puntas de las lancetas sin leche quemada pegada a causa de la falta de cuidado. Cabe la mención, porque es una regla básica de la limpieza en un café, cafetería, bistro, o donde sea que haya una máquina de café, y muchos lugares no cuidan este detalle, influenciando en el sabor de una bebida nueva... Me irrita, me irrita...
     Otro asunto importante, es la temperatura. En este caso, fue óptima. No me quemé, no sabía a leche quemada, no esta templada. Pude disfrutar mi chai latte a pesar de ser servido en una taza de cristal -en las que las bebidas suelen enfriarse rápidamente- a mi ritmo. Estrellita por eso.

Veredicto: Algo falló en esa bebida, no puedo definir qué... Tendré que pasar de nuevo y comprobarlo.

¡Al rato!

sábado, 23 de marzo de 2013

El día en que se prohibió el café


Sucedió aquella mañana de ese año cenizo en que la sociedad había aceptado que tener todas las respuestas a cada duda existencial, era realmente una pérdida de tiempo y por tanto, de interés. Las ciudades se habían sumergido en un limbo inevitable, inconcebible para algunos a pesar de que las discusiones sobre tal nueva ley, había durado los últimos diez meses de debates, discusiones, riñas internacionales y fines de alianzas que conllevaron a idas y venidas de crisis económicas de mayor y menor peso.
Todo surgió de la frustración de un hombre -¿cómo si no…?- y su mala suerte. Desde que viviera lejos de su hogar para trabajar en la gran capital, en la gran empresa del alto edificio de colores metálicos, tuvo la mala suerte de no encontrar la mezcla apropiada de café para él. Probó de todo: negro con leche, negro sin leche, negro azucarado, negro acanelado, capuccino solo, capuccino caramelo/vainilla francesa/nuez de macadamia, mocca, espresso cortado, doble, sencillo, café vienés, irlandés, mexicano, turco, cubano, colombiano, de Kenia y Brasil, con licor de amaretto, licor de café, cereza, naranja, piloncillo. Arábigo, robusto, orgánicos, descafeinados, tostados medios, oscuros, claros. Martinis, muffins, tiramisú, pasteles fríos. Cafeteras estadounidenses e italianas, prensas francesas, aero-press, sifón, dripper, chemex, pocillos, filtros de tela. Todo, todo probó este hombre, y  ninguna mezcla, ninguna cantidad, ni ningún mecanismo lograban satisfacer su paladar sediento del café ideal. La accesibilidad económica y rápida (capitalista) a una buena taza, se había convertido en algo secundario, y luego de tres años viviendo en oscuridad, dedujo que el problema era él, que su relación con tan apreciado granito había terminado sin que él se diera cuenta. Se odiaba a sí mismo. Consultó doctores, especialistas, cafetaleros, baristas, y nadie podía darle una respuesta.
Lo tomaron por loco. Y su locura, lo llevó al ensimismamiento más profundo y aburrido en que alguien puede caer. Sin embargo, no fue hasta un verano en Porto, Portugal –evidentemente- que su delirio no se tornó nocivo para la humanidad. Por motivos laborales, se encontraba en una reunión con colegas de la empresa, tan turistas como él en una tierra de lengua musical y murmurada, en un café de luces cálidas y estilo sobrio y moderno. En un instante de distracción, mientras todos comentaban el tan popular tema de “la crisis” de  cualquier nación, reparó en una muchacha que le decía algo a la mesera entre sorbo y sorbo. De repente, no había nada más que mereciese su atención. La chica no soltó la taza; se aferró a ella mientras escribía algo en el ordenador, sacaba un libro de su bolso, hablaba por teléfono, se revisaba el maquillaje en las cejas. Se relamía los labios con deleite, mantenía una sonrisa constante, inmutable e ininterrumpida. Cuando acabó, dejó la taza, pagó y partió. El hombre, intrigado, pidió como pudo un café igual al que le habían dado a aquella muchacha. Afortunadamente la barista hablaba inglés y le dio lo que pedía, con dos galletitas de canela para acompañar. El hombre acercó la taza a los labios como quien está por besar a alguien que se ansía besar, y bebió… Nada. Para no entrar en pánico, pensó en que quizá estaba siendo demasiado exigente sobre las primeras impresiones, y bebió otro sorbo. Se relamió los labios. Absolutamente nada. Eso era café, caliente, recién hecho, recién tostado, enteramente nuevo y fresco. Irritado, el hombre se levantó y fue a la mesa donde estuviera la chica. Tomó la taza, la olfateó, bebió el residuo tibio del café. Técnicamente, estaría mejor el propio en temperatura… Pero no.
Llegó a la conclusión de que estaba jodido, y en tanto que jodido, quería una solución. Pero mientras la buscaba, se le llenaron el alma, la mente y el cuerpo, de una envidia paranoica. Odiaba al café y a todos los que lo bebían, los que disfrutaban, los que salían quince, veinte minutos antes de casa para pasar por una taza en el camino a la escuela o al trabajo. El tiramisú le provocaba nauseas. Para justificar su aberración, se informó sobre todas las desventajas del café, calificando de excusas a las ventajas, y tras hacer una selección subjetiva de lo que había hallado, pensó en que el café, antes que beneficio, era un perjuicio para la sociedad.
Mancha los dientes, acelera el pulso, desordena el ritmo natural de vida, y no deja de ser una droga. Estos y otros argumentos le valieron para hacer un ensayo de 150 páginas que se publicaron en una editorial cuyo mayor requisito, era el compromiso de aceptar la coedición. A los dos meses, el libro ya había sido reseñado, criticado y agotado en las primeras 35 librerías que le concedieran un apartado especial en los corredores. El tono alarmante del escrito llevó a mucha gente a contagiarse de un rechazo increíble hacia el café y sus consumistas. Las cadenas televisivas dedicaron secciones de su programación a investigaciones, documentales, reportajes filmados en distintos puntos del Trópico de Cáncer, a fin de convertirse en partícipes y promotores de esta nueva discusión. Starbucks, Nescafé y Nespresso, lanzaron sus campañas más importantes en sus más de cinco décadas de historia. Muchas cafeterías fueron vandalizadas, muchos baristas y meseros renunciaron. Las Competiciones Nacionales del Café se convirtieron en eventos prácticamente clandestinos y los agricultores dedicados a la cosecha empezaron a informarse sobre los cultivos de tomates y vid.
La pregunta se exponía en distintas voces, caras y mesas, con las mismas palabras: “¿Qué debemos hacer?”. Esta duda llevó a alguien en la ONU, a considerar que tenía razón. En una reunión extraordinaria, fue reunida la mayor cantidad de presidentes posibles con sus mejores asesores… Fanatismos, obsesiones, aburrimiento… Miles de factores intervinieron en la votación que llevó, en un derroche de estupidez, a suspender –de manera indefinida- la producción, comercialización y consumo del café. Ante las quejas, huelgas y protestas por parte del Sector Cafetalero y cafeinómanos, se respondió con el aviso de la prohibición absoluta.
Se eligió una fecha, se establecieron medidas y normas de seguridad. Todo fue dispuesto. La televisión y la radio no transmitían otra cosa. Alguien, al otro lado de las cámaras, al otro lado de las bocinas, leía con una tristeza y rabia evidentes las palabras que letra a letra asesinaban una cultura entera, un fragmento de la vida de millares de personas que esperaban un milagro, algo, alguien que detuviera la horrenda masacre.
El día en que se prohibió el café, todo se paralizó. Fuera de las universidades, empresas, cafeterías, iglesias, restaurantes, periódicos, departamentos, centros comerciales, instituciones públicas, hospitales, se colgaron lazos de distintas tonalidades cafés, a manera de luto. La gente se reunió en torno a los televisores de los cafés con más expectación que los partidos de futbol. Los meseros se mantenían junto a las barras mirando al barista despedirse de la máquina con el dedo índice aún titubeante junto al botón de encendido. En las grandes plazas y las avenidas más transitadas, se apilaban todas las tazas que los policías encontraran. Las máquinas y demás dispositivos manuales se arrojaban en fosas cavadas en los parques infantiles. En un intento de preservar la dignidad y el honor del noble grano, varios cafetaleros se ofrecieron como voluntarios para quemar los cafetales que durante años habían sido más hogar que sus propias casas. Algunas parejas se habían encerrado en las habitaciones, y sentados en las cabeceras de las camas y el suelo, se acariciaban cabezas, hombros, manos, absortos en recuerdos que nunca ocurrirían, en lágrimas sobre las ojeras, en un sabor que se les escapaba de los labios, del sistema nervioso y de la memoria, para siempre…